lunes, 12 de diciembre de 2011

Alemania y Francia asesinan Europa.

Hace algunas jornadas nos levantamos con una noticia inesperada y, por qué no decirlo, sorprendente: “Dos desconocidos asesinan a Europa”. Este era el claro y duro titular de la mayoría de los medios de comunicación escritos y digitales. Lógicamente uno se queda sorprendido ante tamaña noticia y he decido indagar más datos en el texto de la misma.

Al parecer, todo sucedió tras una reyerta en un bar. Unos amigos de uno de los presuntos autores del magnicidio habían invertido dinero en algunos negocios, falta conocer si lícitos o no, de otros personajes como Grecia, Portugal, Italia y España. La verdad es que los negocios no habían funcionado como todos imaginaban y, por suerte o desgracia, el cuento de la lechera volvió a resultar lo mismo que históricamente ha sido: un cuento.

Como puede imaginar el lector y habiendo por medio problemas de dinero, rápidamente el ambiente se fue caldeando aunque nos encontremos en el mes de Diciembre. Alemania llamó a un buen amigo –Francia- para que le ayudara a defender a sus amigos ante la pérdida de dinero que, según ellos, los demás países, tan soleados y con tan buenos alimentos, les habían producido y, lo que es más grave, podrían producirles aún. Permítanme incluir aquí un inciso sobre la amistad de estos dos amigos que, difícilmente, podemos decir que es o ha sido “de toda la vida”. En su momento, no hace mucho, se las tuvieron finas por motivos de amor. Aunque la historia es larga y no querría aburrir, podemos simplificar diciendo que uno de los dos era muy dado a mirar, enamorar, conquistar o mantener relaciones, más o menos esporádicas, con varios miembros de la recién fallecida Europa. Al otro no le gustaba esto mucho pero pensaba que a él no le haría eso un buen amigo. Ya se puede imaginar que no fue así y un día se encontró a su pareja con la Gran Alemania en la cama, violando todos los tratados de la amistad que entre ambos pudieron existir. Pero hoy eso es agua pasada y, como ustedes saben, agua pasada no mueve molinos. Retomo la noticia de hoy.

Como digo, los dos amigos se unen para mostrar sus dientes a los compañeros que, voluntaria o involuntariamente, habían hecho perder tanto dinero a sus compatriotas. Los pequeños socios de estos dos no tenían, o al menos eso parecía, mucho más remedio que agacharse ante el fuerte ladrido teutón y el látigo de seda francés. Una vez agachados quedaba claro cuál sería su papel desde ese mismo momento en adelante: obedecer. Y aunque siempre se dijo que más sacó el lobo callando que el perro ladrando, los dos superamigos utilizaban ambas técnicas según conveniencia.

Los castigos fueron duros y no sólo para devolver el dinero a los prestamistas. Después se exigió cierta humillación, para que el mundo viera quien mandaba aquí. Se exigió aplicar duros recortes en la forma y nivel de vida de las personas que, de una u otra manera, dependían de “los derrochadores”. Se exigió asesinar la democracia –crimen aún no aclarado aunque todo parece indicar que fue un movimiento claramente dirigido y auspiciado por una autoría intelectual lejana de Grecia o Italia. Se obligó a pagar las copas a los actores que no habían aprendido bien el papel, una noche y otra noche, y otra noche… El ajuste económico fue tan duro para todos que empezó a escasear el dinero para pagar las consumiciones. Ante esto los repartidores de bebida y comida de otras zonas del mundo empezaron a no fiarse del posible pago del barman, exigiendo más y más por sus productos. Ante esto, Alemania y Francia apretaron aún más a los demás miembros, echándoles en cara las veces que ellos habían puesto dinero para que pudieran beber. Pero no solo hubo reproches sino que también exigían, cada vez más duramente, que ahorraran en otros menesteres del día a día para asegurar que el dueño del local podría seguir comprando a los repartidores.

Tal fue la reprimenda que el dueño del local, Europa, empezó a pensar que los dos macarras se estaban pasando un pelo. No entraba a analizar si los demás clientes eran o no culpables, sólo observaba que la cosa pasaba de castaño oscuro. Los demás clientes del bar de Europa sonrieron por un momento, ya que había alguien más importante, sobre el papel que todos los demás que podría estar, de una u otra manera, a su lado.

Europa analizó con ellos el problema e intento encontrar una solución. Estaba claro que cada vez que tocaba pagar a algunos clientes al repartidor de la bebida, este sufría y no tenía claro si iba a cobrar o no, aumentando el precio final del producto. En cambio, el dueño del local tenía la registradora a mano, podía coger el dinero y pagar en el momento la deuda de esos países con el repartidor para luego cobrársela a un reducido interés, mucho menor que el que aquel imponía. Parecía sencillo pero esta solución no gustó para nada a los dos grandes accionistas del local, permitiendo que el dinero de todos, incluido el suyo, estuviera en entredicho. Permitiendo que el repartidor siguiera abusando en la cuantía a cobrar siempre que existía relación comercial con alguno de los demás socios. En definitiva, seguían con el mismo problema del principio.

La solución propuesta para salvar el bar Europa era la clave, a falta de un cambio radical del control sobre el sistema productivo. Cada vez más y más socios iban viendo en el pago de los pedidos a través de la caja registradora una posible solución. Incluso, leyendo la prensa internacional, vieron como en otros lugares el problema se estaba solucionando así y otros locales (EEUU, Inglaterra, Japón) ya actuaban así a diario desde hacía mucho tiempo.

La duda que no resuelven aún los medios de comunicación es por qué estos países se negaban a solucionar el problema. Las suposiciones sobre esto son muchas e, incluso, muchos programas televisivos lo analizan constantemente: “quizás sea por pureza ideológica” –comentaba un contertulio-. Otro, mucho más enfadado gritaba “¿qué negocios tienen estos dos con el repartidor y que ganan si el bar Europa cierra?” Incluso llegó a tal el interés televisivo que ciertos programas, para nada dedicados a estos menesteres, comenzaron a entrevistar al primo de la mujer de un sobrino que estuvo liado con la madre del repartidor. En el mismo programa, y por una no desdeñable cantidad de dinero, le daba la réplica entre gritos y más gritos una vecina de otro semicliente del bar Europa que no había terminado de entrar en el juego y que, históricamente, había mostrado una actitud bastante aislacionistas para con el resto de europeos. “Ese es vuestro problema… ¡¡entiendes!!”, decía.

Por otro lado, aunque ya no queda especificado en la noticia nada sobre todo esto, los socios del bar Europa estaban tan embelesados, ensimismados, absortos por encontrar la solución, por defenderse los unos de los otros, por ponerse o no de acuerdo que mientras, en sus casas, sus familias echaban cada vez más en falta que alguien se ocupara de ellas, les echara una mano porque la situación económica de todos aquellos que no se sentaban en los taburetes del bar pero que conformaban la idiosincrasia de cada uno de los clientes era, porque no decirlo, una verdadera mierda que en lugar de caminar hacia la mejoría caminaba hacia el precipicio.

Todo esta gresca se acontecía diariamente en el local. Hasta que en la última reunión ya eran muchos, de manera privada porque públicamente nadie desafiaba a los “capos” del local, los que querían tomar la solución anteriormente expuesta. El asunto debió calentarse porque se escucharon voces pero, al final, nadie sabe lo que pasó.

Y hasta aquí saben esta mañana los medios. La jueza del caso ha decretado el secreto de sumario y las investigaciones no excluyen a ningún país, ya sea por acción u omisión. Aún así, los presuntos autores materiales ya han sido puestos a disposición judicial.

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